por Fernando Cervera Rodriguez
No hay que confundir ley con
justicia. Y no nos llevemos a engaños, el hecho de que exista una ley injusta
es la voluntad del Estado, ya que el Gobierno tiene la potestad de cambiar las leyes que considera
oportunas y adecuarlas a su conveniencia.
Hasta ahora hemos vivido bajo la
norma de que el desconocimiento de la ley no exime de su cumplimiento, pero al
mismo tiempo hemos sido educados para no pensar. También hemos sido
educados bajo la premisa de que todas
las personas somos iguales ante la ley y que todos tenemos derecho a la
educación. Pero si objetivamos la realidad nos daremos cuenta de que las
estadísticas muestran que los poderosos, los políticos y las clases altas
pueden moverse en el sistema judicial casi a su antojo, y además tienen un
mayor acceso a los estudios superiores. De todos modos, aunque de
verdad se cumpliera que todos somos iguales ante la ley y todos tenemos derecho
a una educación de calidad, se estarían cometiendo injusticias, porque no todos
los hombres tenemos por que ser iguales. No puede tener la misma
responsabilidad ante la justicia un banquero que concede una serie de préstamos
condenados al fracaso bajo conocimiento de causa, que un analfabeto que no sabe
leer ni escribir y firma con una x su hipoteca. Ahora bien, si las leyes
regulan los derechos y las obligaciones del individuo y el desconocimiento de
las leyes no exime su cumplimiento, ¿porqué el gobierno, conociendo nuestros derechos, se exime de su
cumplimiento? Tenemos derecho al trabajo y a la dignidad, pero
la mayoría de los ciudadanos que pueden trabajar viven en un sistema laboral
que les quita su dignidad o les impide acceder a un trabajo mejor, y es ahí
donde se generan las verdaderas reglas del juego: nos quitan un derecho y nos
los quitan todos, nos quitan el derecho al trabajo digno impidiéndonos el
acceso al dinero, y al no tener suficiente dinero nos quitan el derecho a una
buena educación, a la sanidad y a la justicia, y al quitarnos esos derechos nos
impiden vivir nuestra vida con pensamientos propios, salud y justicia.
Por otro lado tengo que decir que no existe la verdadera opinión pública.
La opinión propia nace del pensamiento individual y del análisis crítico de los
datos objetivos, y no hemos sido educados para pensar. La opinión del pueblo es la
mezcla del pensamiento del poder gobernante y de los datos manipulados que este
ofrece a su ciudadanía.
¿Para que sirve la libertad de expresión si no
existe la libertad de pensamiento?. Vivimos en un país donde, cada vez que hay
un cambio de gobierno, se remodelan las plantillas de los medios de
comunicación públicos. De hecho, en agosto del año 2012, muchos empleados de
RTVE fueron despedidos por motivos políticos. También el Director de
Servicios Informativos fue remplazado por una persona cercana al partido
gobernante. ¿Existe realmente la libertad de pensamiento? Solo diré que el
estado acaba de aplicar una reforma que permite elegir al presidente de RTVE
por mayoría simple del Congreso, ¿no debería ser importante garantizar la
independencia de los medios de comunicación respecto al poder gobernante? Me
niego a llamar a esto libertad.
Pero, ¿cómo podemos obtener la
dignidad y la libertad necesaria? Mediante la desobediencia civil. La gente se
opondrá y dirá que el gobierno es la forma por la cual el pueblo muestra su
voluntad, pero nuestra sociedad carece de voluntad propia porque antes de las
elecciones se ha sometido a la corrupción, al control de los medios de
comunicación y al precario e ineficiente sistema educativo que dirigen los
gobernantes. Todos nosotros hemos sido testigos de los recortes en nuestros
derechos y el aumento progresivo de nuestras obligaciones en un estado que, en
el mejor de los casos, ha sido incompetente y demagógico, y en el peor de los
casos ha actuado con conocimiento de causa al oprimir al pueblo. Vivimos en un
país donde no se nos ha preguntado si queremos un sistema de gobierno basado en
la monarquía, en las listas cerradas, donde un ciudadano no equivale a un voto,
donde los partidos políticos no eligen a sus candidatos de forma democrática y
donde la constitución, que es el contrato que fija los límites y define las
relaciones entre los poderes del Estado con sus ciudadanos, puede ser
modificada sin el consentimiento del pueblo al que debería proteger. No tenemos
por que pagar los errores de la transición política española porque los que
ahora pagamos impuestos somos nosotros, así que deberíamos tener derecho a
decidir como queremos que sea nuestro país. El gobierno de España tiene menos
fuerza que una única persona justa, ya que alguien rico y poderoso jamás podría
convencer a una buena persona de que hiciera algo en contra de sus principios,
y actualmente en España la clase política puede doblegar las leyes y la
constitución a su antojo. El sistema de gobierno que tenemos no sirve para lo
que fue creado, es solo una estructura pensada para ocultar al pueblo sus
cadenas. El estado sabe que un esclavo que no sabe que es un esclavo jamás
intentará revelarse. Triste pero eficaz.
Ahora me gustaría hablar de una forma
un poco más práctica. Me considero un buen ciudadano y quiero a mi país, no soy
anarquista y creo en la necesidad de algún mecanismo de gobierno, pero no creo
en las dictaduras encubiertas como en la que vivimos. Ante todo, como
científico, amo la verdad.
En primer lugar la verdad se compone
de datos objetivos, y por eso el primer paso para recuperar la dignidad es
conocer la realidad. No podemos vivir en un país donde la ciudadanía desconoce
los diferentes tipos de gobierno existentes, los poderes que tiene el estado,
como pueden dividirse esos poderes, la historia política y las diferentes
formas de elección que podrían darse, ¿cómo elegir la mejor opción si solo se conoce
una opción? La educación sobre los diferentes sistemas de gobierno es el primer
paso del largo camino para hacernos dueños de nuestro propio destino.
En segundo lugar, una vez educados
para la comprensión de la política, hay que hacerse una pregunta: ¿Por qué se
le permite a una mayoría gobernar al resto de minorías? No es porque la verdad
sea democrática ni porque la minoría esté de acuerdo; la tierra no dejó de
girar alrededor del sol cuando Giordano Bruno ardió en la hoguera, ni a él le
pareció más justa su condena por ser la decisión de la mayoría. El único motivo
para permitir la dictadura de la mayoría es por una cuestión de fuerza, y por
esa razón no podemos considerar que nuestro gobierno, a pesar de ser elegido
por la mayoría, esté basado en la justicia, porque en primer lugar la mayoría
no piensa por si misma, y en segundo lugar porque aunque pensara por si
misma hay una mayoría oprimiendo a muchas minorías que jamás tendrán poder de
decisión. Henry David Thoureau se planteó algunas preguntas interesantes sobre
este tema en su ensayo Desobediencia civil, ¿podría haber un
gobierno en el que las mayorías no decidan que es lo correcto y lo
incorrecto?, ¿un sistema en el que las mayorías solamente decidan los
problemas para los cuales hay que buscar solución? ¿tiene el ciudadano que
entregarle siempre su conciencia y su poder de decisión al legislador? ¿para
qué sirve entonces la conciencia individual?. Thoureau concluyó que antes que
ser súbditos hay que ser personas, y que no es deseable cultivar el respeto por
la ley antes que el respeto por lo que es correcto. Como conclusión de estas
preguntas y estos argumentos nos queda una gran verdad, y es que la única
opción de todo individuo ante las leyes que se le imponen de forma individual
es hacer siempre lo que cree correcto antes que lo que dice la ley. Las
leyes en nuestro modelo occidental no han nacido de la justicia, es más,
nuestro país está mucho más atrasado en esta materia. Si revisamos nuestra
historia reciente veremos jueces condenados por investigar crímenes de la
dictadura y partidos políticos que han ido en contra de uno de los principios
más básicos de la justicia; no querer que los gustos de unos sean convertidos
en ley de todos.
Después de todo esto quiero hablaros
de un ejemplo de desobediencia civil. En el año 1952 el gran matemático y
científico inglés Alan Turing, padre de la informática moderna, tuvo que
denunciar un robo en su casa. En ese robo había participado su amante, que era
otro hombre, y durante la investigación policial Turing tuvo que explicar que
era homosexual. En Inglaterra había una ley que prohibía la homosexualidad, y a
Turing se le imputaron los cargos deindecencia grave y perversión sexual.
Turing consideraba injusta dicha ley, y creía que no había nada malo en su
comportamiento, así que decidió que lo único que podía hacer, como hombre
libre, era no disculparse. Turing decidió que no se defendería porque aceptar
defenderse era admitir que el sistema tenía derecho a juzgarle, y eso le
robaría su dignidad; prefirió ser antes un hombre que ser un súbdito. Turing
fue condenado y el castigo infligido por el gobierno fue la castración química.
Consciente de que la masa no piensa por si misma escribió con gran ingenio un
silogismo explicando lo que iba a pasar con la falsa opinión pública; Turing
cree que las máquinas llegarán a pensar, Turing se acuesta con hombres, ergo
las máquinas no llegarán a pensar. Turing se suicidó poco tiempo
después, y posiblemente lo hizo por las secuelas psicológicas de ese proceso. A
día de hoy el nombre del matemático sigue en las listas de criminales ingleses,
a pesar de los esfuerzos de la comunidad científica por limpiar su nombre.
Jamás he visto una persona justa
cometer injusticias por sus ideales, pero he visto a muchas personas justas
cometer injusticias en nombre de la ley; guerras, desahucios, represión
policial ante civiles descontentos, condenas injustas, trabajos precarios,
rescates bancarios y exclusiones sociales. Los hombres que acatan la ley sin
preguntarse por qué no son más diferentes que los autómatas que describió
Descartes en sus tesis filosóficas, y permiten con su ausencia de criterio que
ocurran cosas como la violencia y la opresión del estado; recordemos que Hitler
y Milósevic llegaron al poder gracias a elecciones democráticas en sistemas
exactamente iguales al nuestro. El conocimiento es la mayor arma sobre la
tierra, pero la mayoría de las personas viven en un desconocimiento total y
absoluto. El mayor esclavo es aquel al cual no hace falta ponerle cadenas, es
el ciudadano que regala su voto sin preguntar ni pensar. Pero también existe
otra clase de personas, las que juzgan con ojo crítico al estado y se oponen al
sistema no cumpliendo sus leyes injustas; son siempre tratados como enemigos,
porque no hay nada más incómodo para un déspota que un esclavo que hace
preguntas; fueron gente como Mahatma Gandhi, Rosa Parks, Nelson Mandela, Martin
Luther King, Clara Campoamor, Manal Al Sharif, Malcom X, Ali Jinnah o Vladímir
Bukovski. Muchos de ellos acabaron muertos o en prisión. El problema es que en
esta sociedad, aquel que se entrega por completo a un ideal es considerado un
inútil, pero aquel que se entrega parcialmente y de forma pública es
considerado un filántropo. Me avergüenza saber que vivo en un país donde el
gobierno desdeña los esfuerzos de gente con vocaciones honradas como los
científicos, los médicos, los trabajadores sociales o los maestros, y los
relega al rincón oscuro de la desprofesionalización sistemática. Me avergüenza
salir a la calle y no escuchar nada, porque no hay nada más triste que ver una
sociedad que muere en silencio.
De forma histórica hemos convivido
con la revolución, han sido momentos donde la injusticia ha sido tan fuerte que
no hubo otra elección, pero nunca una sociedad decadente como la nuestra
reconoció la necesidad del cambio; ¿no es acaso lo que estamos viviendo ahora
mismo? No creo que haga falta un cambio de gobierno, creo que hace falta un
cambio de sistema, que son dos cosas completamente diferentes. Como ciudadano
que ansía libertad, no puedo vivir en un sistema donde los que se alternan el
poder son los responsables de la corrupción y la injusticia del país donde
vivo, y por todo lo que he dicho aquí, no puedo aceptar una organización
política a la que desprecio. De hecho, considero que el único lugar para una
persona honrada e inteligente es la lucha, pasiva o activa, contra este sistema
que no se basa en la justicia; la no acción ante una injusticia es sinónimo de
aceptación. La gente podrá pensar que un solo ser humano no puede cambiar el
comportamiento de la sociedad en la que vive, pero somos testigos cada día de
cosas similares en la televisión o en las noticias, donde unas pocas personas
logran influir en las acciones de una mayoría. Yo he sido testigo de momentos
en los que una sola acción ha ocasionado reacciones colectivas inesperadas,
como ocurrió en Valencia en el año 2012, el día en el que una masa de gente se
congregó en la plaza del ayuntamiento. Había una manifestación convocada desde
hacía semanas, pero el gobierno había instalado al final del recorrido un
castillo de fuegos artificiales para poder vallar el lugar donde tenían que
reunirse los manifestantes. Puede que muchos de los manifestantes ni siquiera
supieran por que estaban allí, pero esa es otra historia. La gente estaba
indignada, pero no podía hacer nada porque la valla estaba protegida por la
policía. De repente, un hombre golpeó una de las vayas y la tiró al suelo, y
acto seguido, a pesar de la presencia policial, todo el mundo comenzó a hacer
lo mismo, derribaron las vallas y entraron a la plaza, haciendo un gran
destrozo pero consiguiendo su objetivo; reunirse en el lugar que les había sido
permitido semanas antes, y que ahora, de forma injusta, se les había negado.
Allí fui testigo de una gran verdad, y es que un gobierno o una ley no sirve de
nada si una minoría decidida se opone a ella, porque una minoría del 10% de un
país supera a todos los activos que pueda tener un gobierno entre gobernantes y
policías. Otro ejemplo de desobediencia civil ocurrido recientemente en nuestro
país está relacionado con la salud. El Ministerio de Sanidad ha iniciado una
reforma, y entre otras medidas ha privatizado hospitales, eliminado el derecho
a la sanidad publica a menores de 26 años que no puedan demostrar carecer de
recursos, ha quitado sin ningún criterio científico 426 medicamentos de las
listas de la seguridad social, y por último también ha retirado el derecho a la
sanidad a inmigrantes sin permiso de residencia. Ante estas reformas, más de
1000 médicos en toda España han afirmado que seguirán atendiendo a sus
pacientes, sean españoles o extranjeros, tengan la edad que tengan y estén en situación
irregular o no. Los facultativos consideran que la normativa contraviene su
código deontológico; aquel que dice que deben velar por el bienestar, la
lealtad, la justicia y la autonomía del enfermo, a pesar de que su postura es
considerada ilegal por el gobierno. Otro ejemplo de que legalidad no es
sinónimo de justicia. Estos ejemplos nos indican que el pueblo, aun subyugado a
un sistema injusto, tiene un gran poder si se decide a ejercerlo.
Vivimos en un país donde es necesario
que, al menos una minoría, se alce de forma escandalosamente activa para hacer
una gran aseveración; el pueblo es dueño de los recursos y del destino de su
país, no el gobierno. El gobierno existe para salvaguardar los intereses del
pueblo, que es una gran masa formada por minorías, no está para salvaguardar
los intereses de la mayoría que lo ha elegido, porque no se puede esperar que
la mayoría sea siempre poseedora de la verdad, ni mucho menos se puede concebir
que una minoría que representa a millones de personas quede siempre olvidada, y
menos en una sociedad donde no existe el libre pensamiento.
Quiero dejar bien clara una cosa, no
digo que todo ser humano deba luchar al cien por cien contra todas las
injusticias de su país, pero al menos si que debería no apoyarlas, y por eso
creo, sinceramente y después de pensarlo durante mucho tiempo, que la única
salida a esta situación es la desobediencia civil. La única forma de dejar de
ser esclavos es dejar de actuar como si lo fuéramos y comenzar a actuar como
personas libres. Sobre ese tema hay algo muy importante que decir; no hay mayor
hipocresía que la de aquellos que critican un sistema y las medidas de un
gobierno, pero acto seguido lo mantienen con su pasividad. Hay gente que
critica la forma de funcionar de los bancos y el rescate a la banca, pero al
mismo tiempo tiene depositado su dinero en las mismas entidades que critica, o
gente que habla mal del gobierno y luego ofrece su voto a la estructura que lo
ha creado. Esas personas son el obstáculo más serio al cambio, y el primer paso
para alcanzar un sistema democrático real debe de ser la aceptación de un
principio lanzado por Mahatma Gandi; el cambio que quieres para el mundo tienes
que comenzarlo contigo mismo. En este país existen gran cantidad de leyes y
situaciones injustas, pero la pregunta es ¿debemos de obedecer mientras
intentamos cambiar el sistema, o debemos contravenir al sistema desde el
principio? La gente alegará que hay que esperar hasta que la mayoría quiera
cambiar una ley, y muchos creen que la desobediencia civil es peor que la
aceptación de una ley injusta, pero ¿por qué un gobierno no puede escuchar a
las minorías cuando estas tienen algo de razón? ¿por qué el gobierno se resiste
a cualquier cambio que modifique su estructura? Si la injusticia cometida es
mínima entonces el precio a pagar por esperar podría ser pequeño, pero hay dos
tipos de injusticias que no pueden ser solventadas con la obediencia, la
primera es aquella en la que se le exige al ciudadano ser el causante de una
injusticia para otro ciudadano, como por ejemplo una guerra, no dar
medicamentos a gente que los necesita o arrebatar el hogar a una familia. El
segundo tipo de injusticia es aquella que afecta a la estructura misma del
sistema, ya que un sistema injusto no puede, en condiciones normales y en un
plazo de tiempo razonable, alcanzar la justicia por medios propios. En esos dos
casos pienso; desobedece y alza la voz. ¿Que ocurre si el mundo no cambia antes
de que yo muera? ¿tengo que vivir bajo reglas que condeno? ¿tengo que dedicar mi
vida a cambiar un sistema que yo no he creado? yo no nací para cambiar las
cosas ni pedí venir a este mundo injusto, yo no tengo por que cambiar todas y
cada una de las cosas injustas del sistema, pero como mínimo viviré sin
acatarlas. Puede que la desobediencia tenga un precio, pero cuando todos
empecemos a pagarlo compraremos por fin nuestra libertad, y si al final el
precio por quitarnos las cadenas invisibles son cadenas de verdad, que así sea,
pues el gobierno nos habrá quitado la libertad que antes no teníamos, y es
mejor perder algo que tuvimos a creer que tuvimos algo que jamás existió.
Tenemos que abandonar las entidades
bancarias que nos han arrastrado hasta esta situación, no tenemos que dar
nuestro voto al sistema corrupto que nos ha negado nuestros derechos, no
tenemos que pagar aquellos impuestos que nos quitan la dignidad, no tenemos por
que robar al pueblo cuando el gobierno nos roba a nosotros, y por último
tenemos que focalizar toda nuestra indignación contra los culpables y no
obedecerles.
Este manifiesto no es un llamamiento
a la anarquía, porque hay que ser conscientes de que la libertad individual
termina donde comienza la libertad de los demás, pero sí que es un llamamiento
a forzar al sistema para una regeneración democrática que lleve a una
estructura más abierta y liderada por personas diferentes, porque los
fundadores de un sistema basado en la justicia no pueden ser los ejecutores de
un sistema injusto.
Algunos calificaran estas tesis de
violentas o irracionales, pero si hay algo parecido a una revolución pacífica
es esto. Si todos comenzamos a desobedecer, aunque solo seamos una minoría, en
algún momento el estado tendrá que escucharnos. Y por otro lado ¿es necesario
que la violencia sea física para estar mal? ¿no hay heridas más fuertes que las
físicas? ¿qué hay de un estado que permite que la gente pierda sus hogares, sus
derechos y su salud? ¿qué hay de un estado que nos carga de obligaciones
mientras vive rodeado de privilegios? Hay que comenzar a ver estas cosas con
perspectiva.
Siguiendo con esta línea argumental,
el ciudadano corriente tiene muchas más cadenas de las que hemos dicho aquí. La
mayoría de los ciudadanos viven pagando hipotecas que les han encadenado de por
vida, por eso también hay que cambiar la concepción vital. Las palabras son
jaulas que encierran los conceptos y aprisionan su significado, por eso hay que
ser bien claros con los problemas y las soluciones que se requieren. Si yo
niego la autoridad del Estado, tarde o temprano acabará afectándome a mi o a mi
familia, porque el estado podría quedarse todo mi dinero y mis
propiedades. Esto hace parecer imposible vivir sin ser un súbdito y al mismo
tiempo vivir con dignidad. Yo sólo digo que no es necesario acumular
propiedades, y esta tesis no tiene nada que ver con ser de izquierdas o de
derechas, ya que hay países como USA donde los alquileres están muy bien
vistos. Hay que alquilar o invadir una casa a cualquier predio, minimizar el
gasto personal para depender menos del sistema económico que nos aprisiona y no
alimentar estructuras corruptas como bancos y gobiernos, pero al mismo tiempo
hay que luchar por conseguir un trabajo y tener suficiente dinero acumulado
para conseguir la suficiente libertad. Hay que depender de uno mismo, con lo
justo y con todo preparado para alzar el vuelo en cualquier momento.
Tenemos que conseguir interiorizar
una gran verdad, este estado puede doblegar nuestro cuerpo pero sólo puede
doblegar nuestra mente si le dejamos hacerlo. El estado no es una entidad
superior a nosotros a nivel moral, sólo tiene más fuerza. Los seres humanos no
hemos nacido para ser forzados, y este estado quiere forzarnos a aceptar los
golpes que nos han infligido los sucesivos gobiernos. ¿Que autoridad moral
puede tener sobre mí un gobierno que miente y actúa de forma deshonesta? ¿un
gobierno que cuelga medallas a héroes de una dictadura y encierra a los jueces
que quieren hacer justicia? ¿un gobierno que niega la salud, la justicia y la
educación a sus ciudadanos? Me niego a escuchar a todos aquellos que han sido
forzados por la sociedad a vivir de una manera que, a mi juicio, es poco digna.
¿Qué vida es ésa? ¿que vida queremos para nuestros hijos? Y si al final el
gobierno me dice, “tu dinero o tu dignidad”, ¿porqué debería doblegarme?
Además, los legisladores de este país no son ningún referente moral ya que aún
no han aprendido el valor de la unión y la rectitud frente a su nación, ya que
los políticos no son elegidos de forma libre dentro de los partidos, el poder
judicial es elegido a dedo por el poder político y los legisladores nunca
colaboran entre ellos y permiten la corrupción entre sus filas.
Por todo esto que he explicado en
este texto la autoridad que podría ejercer el gobierno sobre el pueblo es una
autoridad injusta, porque para que fuera justa debería ser aceptada de forma
consciente por el pueblo, cosa que actualmente no sucede. El gobierno no es mi
dueño. ¿Es la democracia que conocemos la mejor opción de gobierno? ¿No es
posible adelantar un paso mas la organización de los derechos del ciudadano? Este
país no será justo hasta que reconozca que el ciudadano merece un poder más
alto e independiente del que tiene actualmente.
Para terminar quiero recordar un
pasaje histórico de nuestro país. El 13 de mayo de 1814, Fernando VII entró en
Madrid con la intención de destruir la soberanía del pueblo e instaurar una
monarquía absolutista. La gente, inculta como siempre lo fueron en aquellos
días los españoles, arrancó los caballos del carro que transportaba al rey, se
ató al cuello las cuerdas y tiró de coche de caballos en señal de sumisión. En
todas las ciudades se repitió el mismo fenómeno cuando apareció el rey. Hoy,
casi 200 años después, se repite el mismo fenómeno pero con símbolos
diferentes. El pueblo ya no tira de un carro tal literal como el de Fernando
VII, pero tira del carro de una clase política corrupta, de una falsa
democracia y de un sistema que ata a la verdad con las cuerdas del tiempo. En
aquella época miles de españoles cruzaron la frontera porque España había dado
la espalda a la cultura y al sentido común, y fue la primera vez que los
españoles huyeron perseguidos por otros españoles. Hoy lo que peligra en España
tal vez no es la vida, pero sí la dignidad de vivir como ciudadanos y no como
súbditos. Hoy ya no somos tan incultos, y por eso sólo pienso en una palabra;
desobediencia.