Educar contra la discriminación (en 10 de mayo).
Educar contra la discriminación se dice fácil pero no lo es. Los prejuicios racistas y sexistas son tan profundos y se insertan de una [...]
Educar contra la discriminación se dice fácil pero no lo es. Los prejuicios racistas y sexistas son tan profundos y se insertan de una manera tan despreocupada y “natural” en nuestra vida cotidiana que desenmascararlos es una tarea titánica. Su persistencia los hace parecer, además, como tarea de Sísifo. Pero debemos insistir, ante el pesimismo de la inteligencia nos queda el optimismo de la voluntad.
Puesto que estamos en el mes de las “madrecitas santas”, me centraré en un solo (pero no insignificante) caso de felicitación por el día de las madres. Se trata de una circular emitida por el director de una de las instituciones de investigación científica más importantes de América Latina y dirigida a las madres que laboran en ella. Si uno examina el contenido, encontrará que la felicitación no es meramente por ser madre, sino por tener un trabajo remunerado, además de seguir siendo el “núcleo central” del hogar. En otras palabras, reconoce que las madres trabajan de más pero en lugar de lamentar el hecho, las felicita por eso:
“…a la par de seguir como núcleo central de los hogares, han logrado destacar en diversos campos laborales, lo que sin duda ha resultado sumamente positivo para el crecimiento y desarrollo de las comunidades. Por eso, este 10 de mayo aprovecho la ocasión para externar mi reconocimiento al esfuerzo diario que realizan tanto en nuestra Institución como en sus hogares, siendo constantes, firmes y dedicadas para dar lo mejor de sí.”
Ya lo intenté decir el 8 de marzo, día internacional de la mujer, pero parece que hace falta repetirlo: celebrar la abnegación o la doble jornada de la mujer y felicitarla por ello lejos de combatir, refuerza la discriminación de género. Si el director de una institución está reconociendo públicamente que las madres realizan un esfuerzo adicional a quienes no lo son, lo que procede no es darles una palmadita en la espalda como diciéndoles “sigan trabajando de más porque esto es muy positivo para la sociedad”, sino implementar mecanismos que combatan la inequidad, la cual, por cierto, también afecta a los padres jóvenes que sí están empezando a compartir hoy muchas labores del hogar y la crianza. Si no encuentran el tiempo para diagnosticar el problema y combatir la discriminación, o consideran que no les compete, por lo menos podrían abstenerse de redactar este tipo de misivas.
De acuerdo con datos de la Organización Internacional del Trabajo (OIT), las mujeres en México dedican cuatro veces más tiempo a las tareas domésticas y los cuidados familiares que los hombres (Sobre la doble jornada laboral de las mujeres mexicanas pueden verse detalles en la Encuesta Nacional Sobre Discriminación en México).
Pero un problema adicional es que las complejas causas que hacen que una persona felicite a otra por vivir en tal situación no son fácilmente cuantificables, como tampoco es fácil concebir políticas anti-discriminación que ataquen prácticas tan bienintencionadas y sencillas como una felicitación. Hoy solo quiero compartir el diagnóstico de que, a pesar de diversas campañas públicas contra la discriminación, existen científicos del más alto nivel, y personal que les rodea, que no entienden en qué consiste la discriminación de género. Resulta, entonces, que “ser muy educado” o tener objetivos loables desde un punto de vista civil y moral (como felicitar a alguien por su labor) y dedicarse a la reflexión científica, no siempre ayuda a percibir las formas complejas en que funciona la discriminación. En otras palabras, “educación” y “discriminación” son perfectamente compatibles.
Quienes redactan y firman estas felicitaciones probablemente asocian discriminación con un “trato desfavorable o de desprecio” (una de las definiciones del Consejo Nacional para Prevenir la Discriminación o Conapred) y son, por tanto, incapaces de ver que una felicitación a las madres (o a todas las mujeres el 8 de marzo) pueda tener un tinte de discriminación. Sin embargo, como se ha discutido ampliamente en teoría social y política, la discriminación, como el poder, son más influyentes, eficientes y persistentes cuando se llevan a cabo a través de acciones positivas o aparentemente inocuas, por ejemplo, felicitar, exhaltar, premiar, etc. La felicitación y premiación no es un mero reconocimiento de la labor de una persona, también es una incitación a que siga llevando a cabo esa labor. Por eso, si a uno lo premian por su investigación científica, sí debemos celebrar y seguir investigando; pero si a uno lo felicitan por llevar a cabo un esfuerzo adicional al que necesitan hacer otras personas para obtener el mismo resultado, lo están felicitando por vivir en la inequidad. No hay nada que celebrar.
De hecho, parece que una triste ironía de las campañas y el lenguaje que han buscado combatir la discriminación de género en México es que muchas personas, incluyendo funcionarios públicos y autoridades electas, han entendido que lo que hay que hacer es redoblar las expresiones caballerosas, ensalzando a las mujeres constantemente por su trabajo remunerado y no remunerado. Pero era precisamente la “caballerosidad” lo que teníamos que examinar críticamente. Me quedo con John Stuart Mill, quien en las primeras páginas de The Subjection of Women(publicado en 1869 y que ha tenido varias traducciones al castellano, entre ellas: La sujeción de las mujeres, El sometimiento de las mujeres o La esclavitud femenina), nos recordaba que los barbarismos de los que más tardamos en deshacernos, no son necesariamente menos bárbaros que los que conseguimos abolir más pronto.
Twitter: @ariadna_acevedo
Investigadora del Departamento de Investigaciones Educativas (DIE) del Cinvestav.
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