domingo, 23 de junio de 2013

Chicos "bullying". La versión de los victimarios.

Chicos 'bullying'. La versión de los victimarios

Dominical •
Quienes sufrieron este abuso han relatado sus historias; aquí, los que ejercen esta violencia argumentan sus razones: golpes, maltrato, abandono, indiferencia y rechazo familiares van acumulando rencor y odio en estos estudiantes de secundaria.
1
Por el rumbo del metro Pantitlán hay una vieja secundaria donde el bullying siempre termina ganando. Lo sé bien porque allí estudié y algunas veces me expulsaron. La escuela está en la colonia Arenal, un barrio donde se pierden los dientes a puñetazos y el acento local tiene un aroma a grafiti. La diurna 128 es más fea y pequeña de como la recordaba, pero es la misma traviesa de antaño, cuando al acoso escolar no se le llamaba bullying sino joder al prójimo y la mayoría practicaba sus sinónimos. Recuerdo que la temible dirección solía llenarse de señoras que juraban que sus hijos iban a cambiar, aunque muy en el fondo sabían que se engañaban. Hoy no hay nadie en la dirección salvo Espiridión Flores, un profesor que tiene fama de ser estricto. Él y Karla, la orientadora, han hablado con los padres de cuatro alumnos que siempre están metidos en problemas. A esos adolescentes son a los que estoy esperando.
2
Desde niña soy bien pelionera. Si alguien me la hace, se la regreso más feo. Y ora que lo pregunta, creo que todo empezó por mi abuela, la mamá de mi papá. Ella nos cuidó porque mis papás se fueron a Estados Unidos, cuando yo tenía seis años. La verdad la pasamos muy mal mi hermanito y yo con esa señora. Nos insultaba, de güevones no nos bajaba. Decía que nos cuidaba nomás porque mi papá era su hijo, pero que si fuera por ella nos regalaba. En ese tiempo yo lloraba todo el día. ¿Sí sabe cómo? Después mi abuela se cansó de nosotros y fue a dejarnos con una tía. Esa tía no nomás nos gritaba, también nos pegaba bien fuerte. A mí hasta me arrastraba de los pelos.
Para los siete años, yo ya tenía mucho odio. No le voy a mentir. A lo mejor por eso, cuando entré a la primaria, les pegaba a todos. Me acuerdo que las chavas de sexto iban por mí a la hora del recreo y me llevaban con otras niñas para que les pegara. Era como su títere, pero me sentía bien. ¿Cómo le diré? Sentía que sacaba mi coraje y que tenía amigas.
En ese entonces mis papás ya habían regresado a México y yo ya me juntaba con Rebeca, una niña que conocí en tercero y que estaba más loca que yo. A ella la expulsaron en cuarto por descalabrar a una maestra y yo me di cuenta de que me había quedado sola, sin amigas. Eso no me importó con el tiempo, la verdad. Con que en la escuela me tuvieran miedo me sentía feliz. Pero aquí en la secundaria ha sido otra cosa. Aquí siempre me he sentido rechazada. Nadie me quiere. Cuando debemos hacer tarea en equipo nunca nadie me escoge. Hubo veces que me pelié por hacerles el paro a unas niñas, porque pensaba que así sería su amiga. Y nada. Nomás les ayudaba y al otro día dejaban de hablarme. Por eso ya no le hago el paro nadie. Está bien que les peguen para que me valoren. Ahorita la única amiga que tengo es Fátima; ella es igual de desmadrosa que yo, y tampoco se deja. Entre las dos nos ayudamos. Yo le digo que nos pongamos a estudiar para salir de esta pinche secundaria. A mí la escuela nunca me ha gustado. Yo quiero estudiar cosmetología y ponerme a trabajar. Bueno, ya trabajo en una empacadora y eso como que me ha vuelto un poco más responsable, un poco más consciente, ¿sí sabe cómo? Lo malo de trabajar es que mi papá dejó de darme dinero, dice que ahora me mantenga sola. Y eso me da coraje. Él y yo siempre chocamos. Ha de ser porque tenemos el mismo carácter. No me pega, pero nos decimos de cosas. Cuando me ha hecho enojar mucho me he ido de la casa. Han sido tres veces. No crea que me voy semanas, nomás no llego una noche para hacerlo entender. Uno de los sicólogos que vienen cada bimestre me dijo que no solo a mi abuelita le tengo coraje, sino que también a mi papá y que debo hablarlo. Pero con él no se puede. Nomás grita y pues yo le contesto.
3
En el caso de Mervín parece no haber solución: desde que le azotó la puerta a la prefecta, ésta lo culpa hasta de la travesura que no ha hecho. Ayer, por ejemplo, una niña empujó a Mervín, éste se golpeó en una banca y se desmayó. En el hospital le dijeron que se le habían roto algunos vasos sanguíneos y que podría sentirse mareado algunos días. Doña Rosario ha ido a la secundaria en busca de una explicación; la prefecta ha sido algo grosera y le ha dado un oficio donde queda asentado que Mervín se cayó solo.
—Esa prefecta ya lo agarró de bajada —me dice enojada doña Rosario—. Estoy muy decepcionada de esta escuela.
—Si conoce a Mervín, ¿por qué cree que se porta así? —le pregunto.
—Yo digo que se me descompuso cuando me divorcié de su papá. Pero debí hacerlo porque el fulano era bien violento.
Cuando doña Rosario vaya a hablar con el profesor de educación física, otro con los que su hijo tiene una relación de perros, Mervín me dirá que sí, que el divorcio de sus padres le afectó, pero lo que más odió en el mundo fue que su mamá ya no lo dejara jugar futbol en las fuerzas básicas del Atlante.
—Sería feliz si siguiera jugando; a lo mejor ni me burlaría de mis compañeros ni les pondría apodos —me dice Mervín con aires de Harry el sucio—. Como me la paso todo el día encerrado en la casa, la escuela es mi salida.
El divorcio y no más futbol coincidieron cuando Mervín terminó la primaria, donde tuvo promedio de 9 y le dieron cinco diplomas. De ese pasado perfecto se agarra Mervín para decirme que él no nació con el bullying bajo el brazo. Todo empezó ese día en que apostó 100 pesos con un amigo para ver quién hacía reír más a sus compañeros. Él ganó la apuesta cuando le bajó los pantalones al estudioso del salón. Desde entonces lo han suspendido varias veces y sus calificaciones se han desplomado.
Pero para quienes lo creían invencible, a prueba de bullying, Mervín les tiene una noticia: ya no quiere venir a esta secundaria. Dice que está cansado de que la prefecta lo acuse de todo.
“Dice que le pego a los niños, que les robo dinero a las niñas y que las manoseo”, se queja Mervín y por un momento pienso que solo son las típicas excusas que uno siempre dice cuando no quiere hacerce responsables. Luego, cuando vuelvo a escucharlo, cambio de parecer: “He hecho cosas malas, no lo voy a negar, pero a las niñas las respeto y a los chavos no les pego porque a mí me pegaba mi papá y se siente gacho. Yo nomás les pongo apodos. Fíjese: el otro día la perfecta me acusó de aventar en las escaleras al gordito del salón y me dio mucho coraje porque los culpables fueron otros; cuando regresamos del recreo empujé al gordito para que la prefecta me acusara con gusto. Y eso no está bien, no puedo seguirle el rollo a la prefecta. Por eso el tercer año no lo voy a estudiar aquí.
4
Enrique te dice que él ha sido muy feliz, que sus padres son buenas personas, que nunca ha tenido discusiones serias con sus hermanas, que le gusta trabajar (vende refrescos en el Estadio Azteca y el Foro Sol), que perteneció a la escolta cuando estudió la primaria, que muy probablemente salga de la secundaria con promedio de nueve punto cinco y que aún no sabe lo que quiere estudiar, pero tiene todavía los tres años del bachillerato para pensarlo. Le dices que podría ser matemático o científico y él pide que seas práctico: “Si lo que te gusta no te va a dar para vivir con lo indispensable, ni modo, haz otra cosa”. Vuelve a sorprenderte cuando dice que si buscas en él los previsibles traumas infantiles, las necesidades de afecto insatisfechas o abusos, perderás tu tiempo. “Yo sé por qué me burlo de mis compañeros: porque mi vida era muy aburrida y necesitaba emociones fuertes”, te dice y tú no recuerdas haber leído nada sobre la adrenalina cuando buscaste el perfil del niño bullying. “¿Solo porque necesitabas emociones fuertes?”, le preguntas y responde que a él le habían dicho que la secundaria era una de las mejores etapas de la vida y la estaba desperdiciando entre buenas calificaciones y no hablarle a nadie. “Un día pensé: sacas puros dieces, pero eres un ñoño, no te diviertes; así que comencé a jugar luchitas con los del salón y supe que me había reprimido mucho”, y sonríe como si acabara de inventar la rueda.
“Llevaba como una semana jugando luchitas cuando amenazaron de muerte a dos niñas y a mí me culparon; les mandaron unas cartas con unos labios pintados, diciéndoles que se iban a morir y las llamaron putas; el subdirector investigó y se dio cuenta de que yo nada tuve que ver, pero les agarré coraje a esas niñas y con ellas empecé a poner mis apodos; a una de ellas siempre la hago encabronar porque le digo cosas de su mamá”. “¿Sabes que eso está mal?”, le preguntas y te responde que sí. “Yo sé que estoy hiriendo a muchas personas que no me han hecho nada, sé que un día me voy a arrepentir, pero es el último mes de la secundaria y voy a disfrutarlo; de aquí iré a la prepa y la vida será otra; le aseguro que saldré adelante y que esto que hice en la secundaria solo será una anécdota bien chistosa”.
5
a) Orlando tiene nueve años cuando ve a su padre llorar; la mujer lo ha abandonado.
b) Orlando no quiere nunca más ver a su mamá.
c) Orlando comienza a golpear a los niños de primero a tercero. Luego prueba con los de edad. Salta de peso y los de quinto y sexto lo proclaman el mejor peleador. Todos le temen.
d) Orlando y su madre hacen las paces. Orlando entiende que hay matrimonios que dejan de necesitarse. Incluso le gusta platicar con el novio de su mamá.
e) Orlando entra a la secundaria y lo primero que hace es pelearse con un tipo de tercero. Ahora todos saben a quién deben de respetar.
f) Orlando está frente a mí, diciendo que ya no trae coraje alguno atravesado, y que por eso no entiende por qué no se le quita la manía de pegarles a sus compañeros. “Con el psicólogo que iba le dije que si no le pego a alguien no me hallo; en serio, ya no puedo ser como antes de cuarto de primaria”.
g) Orlando me cuenta que una vez fumó mariguana, pero se sintió mal; que lleva reprobadas matemáticas y educación física, que a una maestra le mentó la madre y no soprta al prefecto Felipe, que le gusta andar en patineta, que el viernes pasado le tocó pamba en el salón y se tuvo que aguantar, claro que luego les pegó a los de baja estatura para empatar.
h) Orlando me dice que no soporta que les hagan travesuras a las niñas, que sus hermanas son como su mamá, que, pensándolo bien, su mamá le hace mucha falta y que quisiera que su papá fuera feliz.
i) Orlando va a pelearse hoy a la salida.
6
Alexander es un güerito ojo claro que empezó por describir su vida como una donde se festejan los cumpleaños, donde el padre es un hombre responsable y donde todos en la familia se dicen un te quiero a la hora de descansar. Sé que está mintiendo: hace rato su mamá le contó a la orientadora otra historia. Pero tampoco voy a estropearle el speech.
La última travesura de Alexander ocurrió antes de que lo conociera: les quitó a unos chicos el trabajo de matemáticas y lo aventó por la ventana que da a la calle.
—¿Y por qué te gusta ser así?
—Va decir que he de estar loco, pero se siente chido. ¿A poco usted nunca hizo algo así?
Alexander tendrá que venir el fin de semana a limpiar el salón. Ese ha sido su castigo por gritarle ayer a la prefecta. El muchacho quiere ser policía federal, dice que las maquinitas le están ayudando a practicar la puntería. Cree que nunca va a probar las drogas porque, si lo hace, se va a enganchar. Probó ya el alcohol y no le gustó. Tiene cierta debilidad por el frontón y por retar a golpes a los de tercero. Dice que defiende a las mujeres y que, si tuviera dinero, le compraría a su papá los dos taxis que les robaron.
Si es cierto que los Géminis son hiperactivos, entonces Alexander nació en el signo correcto. Es una máquina conectada a la tomacorriente.
Llevamos casi una hora platicando y la historia de Alexander ha variado un poco: ahora dice que se entristece cuando bebe su padre, ahora habla de las peleas que se desatan en su casa y ahora dice que no, que no es feliz.
—¿Y qué te falta para serlo?
—Convivir más con mi familia. Mis hermanas tienen casi 30 años, mi hermano tiene 26 y vive en Sonora, mi mamá siempre está ocupada y mi papá nomás lo veo en las noches. Yo digo que con eso ya soy feliz.
Entonces lo veo irse como una bala antes de que lo agarre el aguacero. Y como la lluvia ayuda a masticar las ideas, recuerdo a mi clica de la secundaria. Sigo creyendo que al paso de los años va saliendo lo que verdaderamente somos y que permite que unos lleguen más lejos que otros.

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